Formas de Gobierno:
Dada la dispersión del pueblo otomí, sus formas de gobierno varían de región a región. Así sucede no sólo con respecto de los cargos civiles sino también con respecto de los religiosos. Podemos empezar con los primeros. En Puebla, por ejemplo, la autoridad suprema de los otomíes es el presidente municipal, electo cada tres años, que tiene como asistentes a un juez civil y a varios "topiles" (es decir, policías). En Veracruz, donde las poblaciones son mucho más pequeñas, la autoridad suprema es el agente municipal, que a su vez es nombrado por el presidente del municipio. En Hidalgo, por último, la autoridad suprema es el juez auxiliar, elegido anualmente por los habitantes del pueblo, así como también el juez conciliador, nombrado por el presidente del municipio. En todos los casos, el acceso a esta jerarquía se inicia con el cargo de mensajero, cuya obligación es transmitir a los habitantes las directivas de las autoridades municipales.
En el caso de la jerarquía religiosa, por otro lado, existen dos vías paralelas de acceso, la de las mayordomías y la de las capitanías. Los mayordomos se ocupan de la fiesta del santo del pueblo y los capitanes, a su vez, se ocupan del carnaval. Son las dos fiestas más importantes del año para los otomíes. El sistema de cargos entre ellos, como entre otros pueblos indios, tiene una estructura piramidal: los más bajos son los más numerosos y los de más fácil acceso. En la cúspide de la pirámide se encuentra el "fiscal" -o guardián del templo- que es un hombre mayor que ha recorrido todos los escaños de la jerarquía y cuya edad lo faculta para fungir como mediador entre los hombres y las divinidades. Abajo del "fiscal" están el capitán mayor y el mayordomo mayor, secundados a su vez por una multitud de capitanías y mayordomías menores. Alrededor de estos cargos menores, por último, existen las "grandes compañeras sagradas", mujeres cuya obligación es preparar el alimento para las ceremonias.
En el valle del Mezquital, donde se asienta la mayor concentración de otomíes en el país, la jerarquía religiosa ha tendido a perder autoridad con relación a la jerarquía política. Mientras que la figura del juez -auxiliar o conciliador- es vista como una función de peso, los cargos religiosos han ido adquiriendo la condición de servicios. Ello se refleja, a su vez, en una cada vez menor autoridad de los ancianos con respecto de los jóvenes. Dentro de la jerarquía religiosa, es cierto, los ancianos aún son los guardianes de la tradición, pero dentro de la política, que es la más importante, han perdido su poder frente a los jóvenes. Hoy en día, en el Mezquital, hay personas que a los treinta y cinco años ya recorrieron todas las escalas de la jerarquía de cargos, mientras hace apenas unas generaciones eso no sucedía sino hasta pasados los sesenta años. Cabe mencionar, en todo caso, que es común el paso de la jerarquía política a la religiosa, o viceversa, de la rama ritual a la rama civil.
Tradiciones y Costumbres:
Persisten ciertas costumbres que hablan del espíritu tradicional de la población. Son prácticas que afloran en momentos cruciales de la vida, en los usos cotidianos o en los festejos. Entre los grupos otomíes, se conservan con gran fuerza las costumbres relacionadas con el "moshte" (ayuda durante la época de cosechas, algún festejo familiar, o un velorio), el trueque y la celebración del "día de muertos".
Día de muertos.- Se celebra con la preparación de un altar con ofrendas para esperar la visita de las almas de los difuntos. La ofrenda para los "muertos chiquitos" incluye chocolate, leche, pan, frutas y dulces, entre otras cosas; en cambio, para los difuntos adultos se preparan los alimentos que más preferían en vida, botellas de licor, pulque y cigarros. La ofrenda se adorna con un sahumerio, calaveras de azúcar, borreguitos de alfeñique, velas y flores de cempasúchil.
Costumbres:
Las principales fiestas están relacionadas con el calendario litúrgico y las conmemoraciones cívicas como el 5 de mayo, 16 de septiembre y 20 de noviembre, que en general incluyen vistosos desfiles. Las festividades de mayor tradición pertenecen al culto católico. La fiesta más importante se celebra el 25 de julio en honor al "Señor Santiago". Casi todas las comunidades del municipio celebran su fiesta titular en medio de prácticas religiosas y profanas que incluyen música, flores, incienso, danzas, ofrendas, velas, portadas florales para los templos, cohetes, globos aerostáticos, fuegos artificiales, procesiones, juegos mecánicos, comercio ambulante y baile de feria.
Jiquipilco el Viejo celebra a Santiago Apóstol el martes siguiente a la fiesta de la cabecera. En San José Las Lomas hay peleas de gallos el 19 de marzo. Otras fiestas importantes son la de Nuestro Padre Jesús (tercer domingo de enero), la Semana Santa, la Santa Cruz, los Fieles Difuntos, la Virgen de Guadalupe, Navidad y Año Nuevo.
Religion:
Los otomíes conservan más rasgos prehispánicos en su religión; los primeros adoran a dioses que representan al sol, al agua, al fuego y que guardan en cuevas. Los lacandones todavía rinden culto a ídolos antiguos que se encuentran en los templos mayas.
Servicios Públicos:
En materia de educación, la población otomí también se enfrenta a dificultades para concluir la educación primaria y la secundaria, -cuyo origen se debe a causas de carácter social y económico- lo cual reduce el número de jóvenes que continúan sus estudios en otros niveles educativos.
Los asentamientos humanos del pueblo otomí, al igual que los mazahuas, se presentan de manera semi-dispersa, lo que dificulta su acceso a los servicios públicos, por lo costoso de su introducción, razón por la cual existen deficiencias en agua, drenaje y electrificación.
Mitos y Leyendas:
Los Uemas:
Los Uemas:
Los uemas, los “gentiles”, fueron los ancestros de los indios otomíes. A estos seres gigantescos los dioses los crearon de manera imperfecta, aun cuando fueron las deidades que inventaron el sagrado oficio de la alfarería. Todos los secretos de este arte los eumas se los transmitieron a los otomíes que habitaban el hoy pueblo de José María Pino Suárez. Desde entonces, los pobladores se dedican a la producción de cerámica, su modo de vida junto con la agricultura. Los uemas se alimentaban, principalmente, de conejos, aunque no descartaban la carne de otros animales a los que daban caza, y de cuyas pieles se vestían. Los gigantes uemas eran nómadas, les gustaba moverse de un lado a otro libremente, por lo cual sembraban poco y siempre estaban faltos del suficiente maíz para completar su alimentación. Aunque iban por todos lados y llegaban a lejanos terruños, su territorio favorito era el Occidente, el Oeste, porque por ahí el Sol se mete hacia su viaje al Inframundo. Así pues, los uemas simbolizan la tierra caliente de arriba; es decir, del ámbito celeste donde moran los dioses.
Los uemas poseían una enorme fuerza física, podían levantar toneladas de piedras sin sufrir ningún daño. Gracias a su fuerza pudieron construir enormes pirámides en una sola noche. Sin embargo, a pesar de su gran fortaleza tenían un punto débil, pues si llegaban a caerse se rompían en muchos pequeños pedazos como si fueran de vidrio. Los que no se rompían y morían por otra causa, dejaban regadas sus gigantescas osamentas. Aún ahora se pueden ver cerca del poblado de José María Pino Suárez esparcidas por el campo. Si las osamentas de los uemas se muelen y se mezclan con algún líquido como agua o alcohol, tienen magníficos poderes curativos que aprecian mucho los otomíes.
Los uemas, los antepasados de los hñähñü, “los que hablan la lengua nasal”, se extinguieron cuando el mundo desapareció, y la Tierra se volteó debido a un terrible diluvio que arrasó con todo: hombres, naturaleza, dioses. Desde entonces, los uemas le tienen un miedo atroz al agua… porque no hay que dudarlo, estos seres fantásticos aún visitan la Tierra, para espanto de algunos mortales que tienen la buena o mala suerte de toparse con ellos…
Leyenda:
Un hombre quería hacer leña para encender la lumbre y comenzó a golpear un árbol con el hacha, entonces oyó una voz que le suplicaba que no siguiera golpeando ni cortando las ramas. El hombre se puso a oír bien y noto que era el mismo árbol el que le hablaba,
-No me golpees, no me lastimes, déjame vivir y yo te pagare algún día.
El hombre sintió lastima del árbol y dejo de golpear con el hacha y fue a seguir sus trabajos en la milpa
A medio día Cuando vino su mujer se sentaron bajo la sombra del árbol para refrescarse
Entonces el hombre oyó que el árbol le dijo
- Ya lo ves, como me has dejado vivir te estoy pagando tu favor pues te estoy dando sombra para que te refresques, si no te sombreas te mueres de calor, ve a tu mujer sentada bajo la sombra de mis ramas como esta bordando tu camisa ¿No te da gusto?
El hombre comprendió el favor que le había hecho al árbol y el favor que el árbol le estaba haciendo a el.
Una leyenda característica de la zona otomí-tepehua (Iztac= Blanco; Cóatl=Víbora; Tépetl= Cerro)
EL CERRO DEL MOLINO Y LA MAZACUATA.
Allá por el rumbo de Iztaccoatltepetl (Cerro del Molino), se dice, existían 2 impresionantes serpientes. De estas, una era inmaculadamente blanca.
Era tal la belleza de este níveo reptil, que cierto día, habitantes de Naupan la capturaron para trasladarla a ese lugar, y, apenas habían pasado la comunidad de Chachahuantla, cuando la víbora blanca se les escapó. Con una gran rapidez, se encaramó a un ocote muy alto, de más de 30 metros, y ahí permaneció bien enroscada.
Mujeres y niños acudieron en auxilio de los captores en un intento de recapturarla, sin embargo, la mazacoata, viéndose posiblemente atrapada, de nueva cuenta desplegó sus alas y escapó volando, surcando la preciosa floresta de la región. "Era una mazacuata blanca, tenía alas y estaba emplumada"... Nunca más la volvieron a ver.
Leyendas como esta suelen escucharse todavía, sobre todo en fechas de noviembre, en las que las familias se reúnen al borde de la fogata y es el abuelo quien se encarga de contar esta serie de relatos propios de la región mientras, las mujeres prepararan la ofrenda para los que se nos han adelantado hacia el Mictlán (viaje sin retorno).
-No me golpees, no me lastimes, déjame vivir y yo te pagare algún día.
El hombre sintió lastima del árbol y dejo de golpear con el hacha y fue a seguir sus trabajos en la milpa
A medio día Cuando vino su mujer se sentaron bajo la sombra del árbol para refrescarse
Entonces el hombre oyó que el árbol le dijo
- Ya lo ves, como me has dejado vivir te estoy pagando tu favor pues te estoy dando sombra para que te refresques, si no te sombreas te mueres de calor, ve a tu mujer sentada bajo la sombra de mis ramas como esta bordando tu camisa ¿No te da gusto?
El hombre comprendió el favor que le había hecho al árbol y el favor que el árbol le estaba haciendo a el.
Una leyenda característica de la zona otomí-tepehua (Iztac= Blanco; Cóatl=Víbora; Tépetl= Cerro)
EL CERRO DEL MOLINO Y LA MAZACUATA.
Allá por el rumbo de Iztaccoatltepetl (Cerro del Molino), se dice, existían 2 impresionantes serpientes. De estas, una era inmaculadamente blanca.
Era tal la belleza de este níveo reptil, que cierto día, habitantes de Naupan la capturaron para trasladarla a ese lugar, y, apenas habían pasado la comunidad de Chachahuantla, cuando la víbora blanca se les escapó. Con una gran rapidez, se encaramó a un ocote muy alto, de más de 30 metros, y ahí permaneció bien enroscada.
Mujeres y niños acudieron en auxilio de los captores en un intento de recapturarla, sin embargo, la mazacoata, viéndose posiblemente atrapada, de nueva cuenta desplegó sus alas y escapó volando, surcando la preciosa floresta de la región. "Era una mazacuata blanca, tenía alas y estaba emplumada"... Nunca más la volvieron a ver.
Leyendas como esta suelen escucharse todavía, sobre todo en fechas de noviembre, en las que las familias se reúnen al borde de la fogata y es el abuelo quien se encarga de contar esta serie de relatos propios de la región mientras, las mujeres prepararan la ofrenda para los que se nos han adelantado hacia el Mictlán (viaje sin retorno).
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